Y si llegáramos a una contemplación de la belleza que
fuera eterna, improducida, indestructible, no sujeta a aumentos ni a
decadencias; no en parte bella ni en parte fea, ni fea unas veces y otras no.
Una belleza donde todas las cosas bellas lo fueran por la sola participación de
ella,
Donde sus creaciones y extinciones no la acrecientan
ni la disminuyan,
¿Y si llegáramos?
¿Y
si también uniéramos lo finito con lo infinito?,
donde enlazáramos lo mesurable con
lo inmensurable, lo limitado con lo ilimitado.
Pero,
deberíamos remontarnos primero a la belleza que
existe en las almas y de ahí caminar a la ciencia,
a la ciencia estética,
Donde el mejor juez no sea la razón (por favor) sino
el sentimiento,
Dónde la única finalidad sea gustar,
emocionar, cautivar.
Lleguemos a una belleza que no requiera asistencia de
la razón, ya que esa no es maestra de sentimientos y pasiones, es más bien su
esclava.
Confieso que tengo miedo de llegar,
de caminar a lo inabarcable e
insondable,
quizá a lo desmedido y a lo salvaje,
a lo implacable e indómito,
a lo despiadado y feroz
El
miedo también es bello, es sublime, con suerte si continuo llegué a lo
inaccesible, a la soledad del desierto, a la inmensidad del mar, a la infinita
bóveda celeste.
Y me encuentre. Con suerte.
La pregunta sigue siendo la misma, ¿y si llegáramos?
[Pensamiento basado en las Observaciones sobre el sentimiento de lo bello
y lo sublime de Immanuel Kant]
ESQM
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