Y si llegáramos a una contemplación de la belleza que fuera eterna, improducida, indestructible, no sujeta a aumentos ni a decadencias; no en parte bella ni en parte fea, ni fea unas veces y otras no. Una belleza donde todas las cosas bellas lo fueran por la sola participación de ella, Donde sus creaciones y extinciones no la acrecientan ni la disminuyan, ¿Y si llegáramos? ¿Y si también uniéramos lo finito con lo infinito?, donde enlazáramos lo mesurable con lo inmensurable, lo limitado con lo ilimitado. Pero, deberíamos remontarnos primero a la belleza que existe en las almas y de ahí caminar a la ciencia, a la ciencia estética, Donde el mejor juez no sea la razón (por favor) sino el sentimiento, Dónde la única finalidad sea gustar, emocionar, cautivar. Lleguemos a una belleza que no requiera asistencia de la razón, ya que esa no es maestra de sentimientos y pasiones, es más bien su esclava. Confieso que tengo miedo de llegar, de caminar a lo inabarcable